"Puedo escribir y no disimular, es la ventaja de irme haciendo viejo, no tengo nada para impresionar, ni por fuera ni por dentro". Hoy voy a escribir de manera mucho más personal y profunda que en ocasiones previas y estás palabras de Fito Cabrales me sirven como perfecta introducción.
Vivimos en un sistema económico corrupto e injusto donde la búsqueda del beneficio económico se ha convertido en religión y donde el mal uso de términos tales como objetivos, competitidad o productividad sirven para justificar cualquier tropelía. Ciertamente estamos inmersos en la decadencia y caída de una civilización, como tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, pero ni siquiera somos conscientes de ello, y es que seguimos pensando que las empresas nos pagan por nuestros conocimientos o destrezas, cuando realmente están comprando nuestro tiempo y el tiempo es lo más valioso que poseemos los seres vivos, por ser una magnitud finita e indeterminada en su duración. Gracias a la revolución tecnológica, cada vez hay más trabajadores y menos puestos de trabajo disponibles, lo que faculta a los empresarios a comprar cada vez más tiempo por un salario menor, o lo que es lo mismo, evolucionamos a marchas forzadas hacia un sistema neofeudal con sueldos de mera subsistencia. En este contexto los trabajadores nos estamos convirtiendo, cuando no siendo sustituidos directamente, en maquinas necesarias para la obtención de la tan ansiada plusvalía, mientras los clientes y consumidores dejan de ser vistos como personas para convertirse en meras vacas lecheras a las que poder ordeñar hasta limites insospechados con el fin de poder ser clasificados en función del beneficio que pueden aportar a la empresa que les atiende. En toda esta vorágine corremos el riesgo de perder nuestro activo más valioso, el alma, ese lugar intangible donde las personas guardan su esencia, su código moral, su conciencia y sus principios éticos. Los robots no solo abaratan los procesos productivos, sino que sencillamente se limitan a ejecutar los procesos mecánicos para los que han sido programados, siendo esta su principal contribución al sistema, ya que las maquinas por definición no tienen sentimientos, no cuestionan decisiones y al carecer de conciencia o principios éticos, no valoran las consecuencias de sus actos. Yo llevo tiempo, disputando una interminable guerra que no puedo vencer, y que si siguiera los principios del gran estratega militar y filósofo chino Tsun Zu, nunca debería disputar. Una silencios batalla con dos frentes abiertos, por un lado el que atañe a lo que realmente soy, lo que algunos quieren que sea y lo que me gustaría ser y por otro el que atañe a lo que hago, lo que me quieren obligar a hacer y lo que debería hacer.
Y entonces aparece la montaña, siempre la montaña. La montaña se erige en el faro que ilumina la oscuridad y me permite navegar por los inmensos océanos de sombras. La montaña es el ancla que me mantiene unido a puerto y me permite volver una y otra vez a la esencia última de lo que soy, porque en la montaña el animal bípedo que somos, pierde gran parte de su condición humana, para fundirse con el entorno que lo envuelve, recuperando sus instintos más básicos de supervivencia y fundiéndose con el animal cuadrúpedo que mucho tiempo atrás fuimos. En mi caso, cuando me pongo un dorsal en el pecho, dicha fusión se realiza con el animal totémico del que he tomado prestado mi nombre de guerra, el bisonte, convirtiéndome en una especie de moderno Minotauro de rayas rojiblancas. Durante las 4, 5 o 6 horas que paso corriendo por montaña en cualquier carrera, ese activo intangible al que llamamos alma, y que algunos osados científicos han querido cuantificar en 21 gramos (la diferencia de peso que muestra un cuerpo en el momento de la expiración) descansa escondido en algún recondito y diminuto rincón de ese activo tangible que llamamos cuerpo y que en mi caso está compuesto por un amasijo de casi 100.000 gramos de músculos, huesos, tejidos blandos y tendones, viendo como se produce una cruenta guerra civil entre mi cuerpo y mi mente, donde paradojicamente el cuerpo suele aportar argumentos racionales y la mente argumentos claramente irracionales.
Por todo lo anteriormente expuesto vuelvo una y otra vez a correr por montaña aunque mi condición física no acostumbre a ser la más idónea para este menester. Algunas personas buscan el equilibrio interno en las iglesias, mezquitas o sinagogas, otros en la barra de los bares, yo lo busco en las cumbres de las montañas, quizás porque cuanto más arriba subo, más cerca estoy de las estrellas y más lejos de los fantasmas interiores, o quizás porque cuanto más alta es la montaña, más pequeñas se ven las cosas desde su cumbre.
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Precioso pueblo de Piedrasecha, lugar de paso de la prueba |
Y aquí estamos de nuevo en las tierras bajas del concejo omañés de Soto y Amio para volver a ponerme un dorsal dos meses después de mi última aparición en Villalfeide. Hoy toca correr por una buena causa, porque en un mundo donde casi todo empieza a tener un falso trasfondo solidario, las pocas cosas realmente benéficas corren el riesgo de perder su notoriedad y esta carrera aporta su pequeño granito de arena al Hospital Vall d'Hebrón de Barcelona para la investigación contra esa lacra que es el cáncer infantil
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En la salida con Nary Ly, Salva Calvo, Carolino Teixeiro y Ana Isabel Tascón |
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4 grandes corredores (por calidad) y un corredor grande (por tamaño) |
Un breve calentamiento con mi compañero
Javi Pascual, una amigable charla con nuestra olímpica leonesa
Nary Ly y otros buenos amigos
que se encuentran en el evento y tras las fotos de rigor nos colocamos en la salida. Primero arrancan los mushers con sus perros y a continuación los apenas 65 corredores que nos hemos congregado en
La Magdalena y que le damos un marcado carácter familiar a la prueba. Salgo a cola de pelotón para no perder las costumbres. Apenas 500 metros por las calles de La Magdalena y tras cruzar por un estrecho túnel bajo la
Autopista del Huerna comenzamos la ascensión por un camino sencillo y en buen estado. Tengo tiempo para intercambiar opiniones con
Javier Perez que hoy ejerce de corredor escoba, hasta que mi compañero tractorista
Carlos Alvarez me da el relevo y decide "entretener" al escoba para que los demás podamos correr sin presión, así que aprovecho para incrementar un poco el ritmo. Apenas llevaremos un kilómetro y medio cuando llegando al primer cortafuegos de la jornada me encuentro con una herradura de caballo tirada en el suelo. Esta en buen estado y todavía conserva los clavos de anclaje a la pezuña del equino, razón por la que deduzco que alguien la ha perdido recientemente. Por puro instinto la recojo y me la llevo conmigo, esperando que me traiga buena suerte y sin constatar que una herradura de hierro pesa lo suficiente como para convertirse en un yunque si decides llevarla a cuestas durante 25 kms. Voy meditando si dejarla en el siguiente avituallamiento, cuando a lo lejos, en una recta veo a un jinete caminando en dirección contraria y tirando de las riendas de un caballo. Por suerte la herradura era suya y una vez soltado el lastre retomo la marcha con mayor ligereza. Alcanzo a
Paquito, quien una vez más, será mi compañero de fatigas durante al menos media carrera. Ascendemos sin esfuerzo a través de cortafuegos anchos y en buen estado y algún sinuoso sendero que serpentea entre bosques de árboles autóctonos, hasta que llegamos a pie de montaña.
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Cortafuegos anchos y con buen firme: auténticas autopistas de montaña |
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Bonito tramo de carrera que atraviesa un bosquecillo de robles |
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Tramo de ascensión al Altu las Trincheras visto desde abajo |
Comienza la parte montañera de la carrera. Por delante tenemos un tramo de ascensión no muy largo, pero si empinado, constante y con zonas donde se deben echar las manos a la roca para poder trepar, hasta alcanzar la primera cima a 1814 metros de altutid. Se trata de la cumbre conocida como
Altu de las Trincheras. Pisamos cumbre, giramos a la derecha y entramos en el interior de una trinchera cavada por el ejercito popular republicano en nuestra olvidada guerra civil. Quito la música y avanzo en soledad y en silencio por la angosta e irregular cicatriz artificial realizada en la roca caliza. Mi pensamiento vuela y se centra en los hombres y mujeres que allí combatieron. Campesinos, mineros, maestros, obreros y algún depistado e idealista soldado que prefirió seguir fiel a una república agonizante antes que pasarse en masa al bando militar que había ganado la guerra antes incluso de comenzar. Pienso en el hambre, el frío, la soledad y por encima de todo en el miedo, que aquel puñado de personas con robustos ideales debía sentir en aquella desangelado peña a más de 1800 metros de altitud. Combatientes mal pertrechados, con armamento rustico, escasamente alimentados y sin formación militar, que decidieron enfrentarse a un ejercito regular bien armado, pertrechado y con contrastada experiencia en la guerra de Marruecos. No importa ideología, ni filiación política o religiosa, este tipo de personas que decidieron que la libertad de su pueblo y de sus vecinos era mucha más valiosa que su propia vida, deberían ser recordados y yo así lo hago, al fin y al cabo aquí estuvo el limite meridional de ese sueño de libertad que se llamo
Consejo Soberano de Asturias y Léon y que apenas duro 3 meses y ellos defendieron con uñas y dientes nuestra frontera sur, nuestra particular
Linea Maginot Cantábrica , esa frontera sur de algo que nunca paso de ser un inmenso frente de guerra. La mayoría de ellos lo perdieron absolutamente todo, los más afortunados solamente su libertad, otros directamente la vida y unos pocos, imbuidos por ese espíritu de las viejas canciones revolucionarias asturianas: Los Fugaos, L'ayerán que perdió la guerra, etc, decidieron hacer de la montaña su vida y seguir corriendo por ellas hasta el fin de sus días convertidos en Maquis, huyendo de todo y de todos, ya que como reza la canción "pobre del hombre que pierde la guerra y salva la vida". Abandono la trinchera bajo un cielo que se ha tornado gris plomizo para darle un toque de sobriedad a la situación y con un profundo respeto me alejo del lugar, mientras pienso que ojalá podamos seguir corriendo por montaña por placer toda la vida y deseo que nunca tengamos que hacerlo por obligación.
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Impresionante vista de la trinchera que rodea la cumbre y por la cual hemos corrido |
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Vista frontal de la trinchera en el Altu de les Trincheres (1.814 metros) |
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Pasando por el interior de las trincheras |
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Carolino Teixeiro corriendo por las trincheras. Ver la altura de las paredes |
Salgo de las trincheras en 1h:42:47 (km 10,85). Un nuevo tramo de ascensión de apenas 300 metros nos llevará a la cima del
Altu La Portiella o
Altu La Viesca a 1834 metros de altitud, donde nos encontramos nuevamente posiciones defensivas. Es la primera vez que piso esta cumbre, así que como muestra de respeto a la montaña recojo una piedra del suelo y la apilo con sumo cuidado en la parte superior de una torre de piedras que supera con creces los 2 metros. Nos encontramos en el punto más elevado de la prueba y me detengo unos instantes para observar la majestuosidad del paisaje que se presenta a nuestros pies. Con 1h:49:38 (11 km) en el reloj, arranco de nuevo con mucha calma apenas unos 20 metros por detrás de
Anabel y
Maxi.
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Vista del Altu La Viesca, impresionante y privilegiada atalaya natural de roca caliza |
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Altu de la Portiella o Altu de La Viesca (1834 metros) |
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Otra imagen de las trincheras con sus impresionantes vistas |
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Trincheras de poniente en el Altu La Viesca (posiciones de cobertura en la parte menos fortificada de la cumbre) |
Los primeros 500 metros son sencillos y consisten en un leve
cresteo descendente de cumbre. Al final de dicho tramo me encuentro con los ánimos de
Miguel Bernardo, que hoy no corre y ha subido a cumbre para hacernos unas fotos. Tras prevenirme de la dificultad en el tramo inicial de bajada, nos saludamos, giro 90 grados a la derecha y comienzo el descenso de la cumbre por la ladera descarnada de la montaña.
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Vista cenital del cresteo en el Altu la Viesca con las impresionantes vistas de la montaña leonesa |
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Corriendo por el cresteo de la cumbre |
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Llegando a la posición de Miguel Bernardo, a punto de comenzar el tramo técnico de descenso |
Es un tramo tecnico donde descendemos siempre lateralmente. Voy con escasa confianza y opto por bajar con mucha prudencia, lento y torpe cual Dragón de Comodo, veo como Anabel y Maxi que me preceden, se alejan de mi con una facilidad pasmosa hasta desaparecer irremisiblemente en el horizonte. Por detrás no me sigue nadie a una distancia razonarle, así que desciendo en completa soledad y absorto en mis pensamientos durante al menos los próximos 7-8 kms. Entramos en un estrecho sendero desbrozado en un bosque de escobas que superan los 2 metros de altura y llegando abajo me encuentro con una rolliza vaca de raza limusina que levanta la cabezaal verme llegar y se queda mirando fijamente con ojos de sorpresa a ese inmenso minotauro que avanza hacia ella con esa llamativa camiseta de rayas. Le guiño un ojo y paso por su lado sin detenerme. Siempre he tenido más éxito con las féminas del reino animal que con las féminas de mi propia especie, pero en carrera y convertido en bisonte, tengo un atractivo sin igual para las vacas, eso es así.
Salgo del bosque de escobas y enlazo con una pista descendente amplia y en buen estado que poco a poco se transforma en un estrecho sendero que paralelo al río nos mete en el
Desfiladero de Los Calderones (también conocido con los poco tranquilizadores nombres de Garganta del Diablo y Desfiladero del Infierno). Se trata del lecho pedregoso, y en estas fechas completamente seco, de un torrente invernal, que como consecuencia de la erosión ha conseguido abrir una enorme hendidura en la roca de la montaña (
secha en asturiano o leonés, de ahí el nombre de
Piedrasecha que recibe el pueblo cercano) creando un bonito y angosto desfiladero.
Avanzo por su interior con mas miedo que vergüenza y dando concisos pasos, en ocasiones saltos entre rocas, con la precisión de un neurocirujano en plena intervención. Salgo del desfiladero sano y salvo, no sin antes bromear con una voluntaria, que subida en una peña hace fotografías y que al verme saltar entre peñas con la gracilidad de un gamo (todo sea por el postureo de salir bien en las fotos) me pide que le suba un café desde el pueblo aprovechando que me ve muy "fresco". Siempre he dicho que una de las grandezas de este deporte nuestro es el trato humano y la interacción con voluntarios y compañeros corredores en magníficos entornos naturales, atributos tangibles que prácticamente ninguna otra disciplina deportiva posee.
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Entrada al desfiladero de Los Calderones bajando desde el Altu La Viesca (en el sentido de la carrera)
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Nuestra particular "Caperucita rojiblanca" corriendo por el interior del desfiladero de los Calderones |
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Salida del desfiladero de Los Calderones en dirección a Piedrasecha |
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Así luce el desfiladero de Los Calderones con agua en primavera |
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...y así en época de deshielo, convertido en un bravo e intransitable torrente de montaña |
Continuo corriendo de nuevo por senda descendente a buen ritmo hasta alcanzar en 2h:236.32 (km 17) el precioso pueblo de Piedrasecha, donde se encuentra el último avituallamiento de la jornada. Aquí toca parada larga (al menos 5 minutos). Me alcanza un grupillo de unos 6-7 corredores que vienen por detrás con
Paquito,
Alberto, Veronides entre ellos y todos arrancan antes que yo, mientras aprovecho para beber, tomar un enantiun para los calambres, comer abundantemente y estirar que vengo con sensación de sed y con los cuadriceps castigados. Arranco en solitario por la calle de
Piedrasecha, bajamos por la carretera unos 150 metros, giramos a la derecha y tras cruzar un improvisado puente de madera comenzamos la última ascensión por un camino embarrado, que a pesar de ser sencillo y muy tendido se me hace más largo de lo esperado, aunque la grata compañía de Alberto primero y de Paquito después hacen más llevadero el trayecto ascendente. En plena ascensión, con casi 3 horas en las piernas, le comento a Paquito que vamos a bajar de 3h':30" en meta y el me rebate con buen criterio que con 3h:45" vamos que chutamos. Abandonamos el sendero y salimos de nuevo a un amplio e interminable cortafuegos. Delante nuestra aparece el grupillo de corredores que me habían adelantado en Piedrasecha. Al paso por las 3 horas mi reloj marca 19,2 kms, por lo que tengo media hora para recorrer unos 6 kilómetros. Coronamos un pequeño repecho y supuestamente todo lo que nos queda es bajar, así que rebaso al grupo y alargo la zancada con la intención de bajar a fuego como en los viejos tiempos. Apenas llevo recorridos 300 metros cuando bruscamente mi cuadriceps izquierdo se agarrota por un calambre y tengo que detenerme en seco.
¡No me jodas!!Un calambre ahora no! Del cercano bosque parece haber emergido por arte de magia un
Busgosu de nuestra rica mitología y se ha entretenido trenzado un perfecto nudo marinero en mi muslo izquierdo. Mientras intento estirar sin éxito, un corredor del equipo
Nunca correras solo se detiene y me da agua. !Naaaaa!¡Parece que la perrina hoy ya no caza! Aparentemente se acabo la carrera y lo que toca es caminar los 5,5 kms hasta meta, que bien visto, sin la presión del corredor escoba y el cierre de control, tan poco es ninguna desgracia más haya de la mala hostia y el daño en el orgullo propio. Poco a poco bajo y como quien se encuentra un oasis en mitad del más árido desierto, veo un puesto de control con un todoterreno de la
Cruz Roja apenas unos 150 metros por delante. Llego hasta dicho punto y le pido reflex al sanitario de turno. Me dice que reflex no tiene, pero que cree traer en el botiquín un spray de frío. Al oirlo, un corredor que se detiene a mi lado le pregunta si el bote de frío es de nitrógeno líquido, a lo que no puedo más que esbozar una sonrisa, ya que si realmente fuese nitrógeno líquido, íbamos a acabar desintegrados en cachitos como el robot de Terminator 3. Finalmente el sanitario me rocía profusamente ambos cuadriceps con el mágico bote
"nitrogenado", momento que aprovecho para estirar y una vez el musculo se ha relajado lo suficiente, con la destreza que la experiencia va dando, meto el dedo en el musculo anestesiado y con la precisión de un fisioterapeuta titulado consigo deshacer el nudo marinero de mi vasto interno. Estiro otros 30 segundo y arranco andando por el cortafuegos para tratar de soltar las piernas. Milagrosamente me siento completamente recuperado, algo parecido a cambiar los neumáticos en boxes y con la energía intacta de quien acaba de beber la pócima mágica de
Asterix, arranco a correr con renovadas fuerzas. El rejoj marca 3h:05':40" y me quedan algo más de 5 km a meta. Debería correr por debajo de 5 minutos/kms, contando con los problemas musculares, con que llevo ya 20 km acumulados en las piernas y teniendo en cuenta que mi ritmo de entrenamiento en llano es de entre 6-7 min/kms, la empresa de bajar de 3h:30 se antoja misión imposible, pero a veces abandono al humano racional que habita en mi y convertido en bisonte me comporto de manera completamente irracional. Sencillamente alargo la zancada y corro por esos interminables cortafuegos trazados por algún ingeniero de montes con escuadra y cartabón. Poco a poco voy adelantando corredores, Alberto, Vero, Paquito. Miro el reloj en un tramo de pendiente pronunciada y para mi sorpresa por un instante veo que mi Garmin me marca 3:20 min/kms, un ritmo impensable. Las piernas chirrián un montón y la interminable guerra civil cuerpo-mente se recrudece como suele ser habitual en estos eventos. El cuerpo trata de convencer a la mente con argumentos absolutamente racionales, exponiendo que correr a estos ritmos sin un entrenamiento previo adecuado es una temeridad inmensa , y que en un deporte de resistencia física eminentemente intensivo en esfuerzo, no se puede fiar el desempeño al recuerdo físico por los kilómetros acumulados 20 años atrás y a esa extraña facilidad que tiene mi organismo para extraer petroleo y rendir por encima de lo que de él se espera desde el comienzo de los tiempos. Por contra la mente, paradójicamente tira de la irracionalidad habitual en la que se encuentra instalada y lo único que aporta al debate es que por mucho que hayan pasado 20 años y que mi masa corporal se haya incrementado en la indecente cantidad de 20.000 gramos, no se me puede haber olvidado correr. En esas estamos mientras avanzan los kilómetros. Repasando mentalmente la descripción del recorrido que ese genio de la Cepeda que es el maestro
Salva Calvo me hizo apenas 3 días antes de la prueba, se que los últimos 3 kms son por el mismo sitio que subimos y eso representa una ayuda en el esfuerzo. A 1500 metros de meta me tomo un respiro y camino durante unos 150 metros para oxigenar las piernas, giro a la izquierda y en lontananza veo el pueblo de
La Magdalena. Arranco a correr de nuevo mientras mis piernas vuelven a pedir clemencia. Apenas unos 100 metros por delante aparece la silueta de un corredor de azul y como el león que busca alimento en la sábana, instintivamente vuelvo a acelerar el ritmo en busca de mi particular gacela. En este improvisado San Fermín en versión leonesa, el humano corre delante y el bóvido corre tras de él a gran velocidad. No tardo ni 400 metros en cogerlo y al llegar a su altura, bien sea por respeto o por el miedo irracional que debió sentir el pobre hombre al escuchar fuertes pisadas, bramidos inteligibles y resoplidos a su espalda, se hace a un lado y me deja pasar justo en el momento en que entramos de nuevo en el angosto y oscuro túnel que cruza la autopista del Huerna. Entro en las calles de La Magdalena, cruzo la carretera León-Villablino y un guardia civil, al reconocer mi camiseta con los colores del Pendón de Benavides, me da recuerdos de su parte para el presi
Talo Guerra, un tio muy querido en este mundillo.
Enfilo los 350 últimos metros de la prueba y ¡Uffff!.. el asfalto se agarra y tengo la sensación de haber quedado atrapado en un campo magnético, las piernas duelen un montón y creo ir ritmo de tortuga laúd, sin embargo el Garmin sigue marcando 4:20 min/kms, así que es más un efecto psicológico que físico. Un último esfuerzo y entro esprintando en meta mientras por megafonía, Roberto Ferreras que ejerce de speaker, me dedica unas cariñosas, y posiblemente inmerecidas palabras de aliento que me emocionan. Como siempre digo, nunca nadie corriendo tan despacio ha conseguido tanta notoriedad y cariño por parte de la gente y supongo que gran parte de la culpa se lo debo precisamente a este blog que escribo y que ha contribuido a poner en valor la figura del tractorista, ese sufridor casi anónimo, que fuera de los focos y la "fama", pelea como un titán para llegar a la meta apenas unos segundos antes del cierre de control.
Finalmente consigo finalizar los 25,2 kms con los 2000 metros de desnivel acumulados de la prueba y entro en meta con un tiempo de 3h:29':10" en el puesto 46 (sobre 65 corredores en meta) a 1h:16':09" del ganador que fue el zamorano volador Santiago Mezquita con un espectacular tiempo de 2h:13':01"
Tiempo para charlar de nuevo con un montón de amigos y para una más que agradable comida en compñia de la buena gente que te encuentras en este mundillo. Salva Calvo, Nary Ly, Carolino Teixeira, Paquito González, Veronica Moreno, Carlos Álvarez y Ana Isabel Tascón...y no sigo porque seguro, seguro que me olvido de alguno.
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Cinco jovenes promesas del trail leonés en meta ( Vero, Carolino, Ana Isabel y Maxi y el que escribe) |
Llega la hora de extraer conclusiones:
1.- Carrera diferente, muy sencilla y rápida en un 75% de su recorrido, pero con un bonito tramo de montaña pura, con el emotivo paso por las trincheras de la guerra civil y el interesante cruce por el desfiladero de los Calderones. Buena carrera, inmejorable compañía y unas inmejorables sensaciones que me hacen irme con las pilas recargadas para una larga temporada.
2.- Siempre me empeño en decir que soy más montañero que atleta y la realidad es que por mucho que me empeñe, siempre seré más atleta que montañero y a los hechos me remito. En los tramos de montaña me adelantan los erizos, las culebras e incluso los saltamontes, y sin embargo en los tramos donde se puede correr suelo adelantar a mucha gente que es infinitamente superior a mi en montaña.
Repasando los datos numéricos me he encontrado con la grata sorpresa de que he sido capaz de correr los 5,22 km finales a un ritmo de 4:30 min/kms, marcando una velocidad máxima puntual de 3,08 min/kim. Son tiempos que hacia mucho tiempo que no alcanzaba y que me han reforzado la moral precisamente en una semana en la que por casualidad he encontrado una carpeta con viejos recortes de prensa de mi juventud.
3.- Quiero acabar con un inciso de carácter cultural. Estamos apenas a 30 kms de distancia de León capital y hoy hemos podido comprobar como esa lengua denostada y olvidada que es el leonés (o asturiano) está mucho más presente de lo que nos cuentan y sin ella no sería posible entender el origen y el significado de muchos de los pueblos y lugares que constituyen este viejo y orgulloso Reino de León. Hemos tocado cumbre en el Altu la Viesca (o Biesca en Leonés) siendo Viesca un lugar densamente poblado de árboles; hemos pasado a escasos metros de la Peña los Machaos siendo machao la denominación en lengua leonesa de hacha; peña que está en frente de otro puesto fortificado en el Picu Armagones (degenación castellana por traducción de Llamargones) siendo los Llamargos (también conocidos en León como llamas o llamazares) lugares donde se entremezcla agua y barro; y por último hemos atravesado el desfiladero de Los Calderones para llegar al pueblo de Piedrasecha, siendo secha en asturiano el surco o abertura alargada que se hace al arar la tierra y sin lugar a dudas eso es precisamente lo que parece el desfiladero de Los Calderones en su vista cenital, una inmenso surco en la piedra caliza (vease la foto de abajo).
Creo que es una autentica lastima que se pierda esta bonita lengua romance que durante más de mil años han venido hablando nuestros ancestros por estas montañosas tierras norteñas, pero por desgracia creo que los pocos que aún la hablamos somos una especie en extinción y que desgraciadamente esta orgullosa lengua nuestra morirá con nosotros en esta generación.
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Vista cenital del Desfiladero de Los Calderones en Invierno (por ahí pasamos corriendo)
Próxima parada del Bisonte World Tour 2017: Carrera de Montaña de Matallana de Torío.
Que la luz que emanan las cumbres nunca nos dejen de iluminar. Nos vemos en la montaña compañeros.
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En tu introducción has sido capaz de expresar lo que sentimos muchos de manera perfecta. Suscribo tus palabras al 100%. Como bien sabes, hace años que decidí salvar mi alma y no vendérsela al diablo nunca más. Mucho ánimo con lo que nos toca vivir y un placer leerte.
ResponderEliminarMuy buenas Rubén,
EliminarNos ha tocado vivir tiempos convulsos en un sector en el que no creemos. Supongo que por desgracia tu y yo pertenecemos a un época pretérita en la que la palabra de un hombre valía más que ningún documento escrito y la ética era un principio rector general...pero eso no lo podemos cambiar. Tomaste una decisión valiente y afortunadamente te salió bien, mientras yo aquí sigo luchando contra molinos de viento cual Quijote, pero esto ya es otra historia.
Espero que te vaya muy bien por el país de los cántabros y que podamos coincidir pronto corriendo, al sur o al norte del cordal.
Un abrazo tocayo,
Como siempre, gran entrada, y en esta ocasión convidando reivindicación, historia y pasión por la montaña.
ResponderEliminarQue tú alma siga intacta. Yo procuro no venderla.
Un abrazo.
Al final acabamos plasmando por escrito todo aquello que vivimos y sentimos mientras corremos, y en un sentido más amplio, en la vida en general. El alma es la esencia de lo que somos y no tiene precio, así que intentaremos mantenerla intacta y no vendérsela ni al mismísimo demonio, aunque en ello nos vaya la vida.
EliminarNos vemos corriendo amigo
Me gustaría rebatirte lo del topónimo "los macháos". Creo que más bien que de hacha, deriva del leonés común "los mayáos, los mayados" (castellano: los majados), que en esta parte donde se cuela esa ch vaqueira, da lugar a "macháu", como daría "machada" en vez de "mayada". Y ye en masculino porque seguramente serían más pequeños que las "machadas". Saludos.
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