Son las 7 de la mañana,
salgo de casa pertrechado con dos bolsas de deporte, una mochila, bastones de
travesía y ropa de abrigo. Voy tan cargado que no se sabe a ciencia cierta si voy a disputar una
carrera por montaña, o si trabajo de sherpa y voy a montar el campamento avanzado
en la ruta de ascenso al Annapurna. Camino del garaje me cruzo con un grupo de
jóvenes que con algarabía disfrutan de la noche leonesa, y mi primer impulso es
darme la vuelta y continuar de fiesta con ellos. ¡Bisonte, no ves que eres más viejo que las
pinturas rupestres de Altamira, entre tanta chavalería desentonas más que
Tarzán de ponente en una convención internacional de telefonía móvil! ¡Tira
pa'l monte que libras!. Apenas 30 kms separan mi casa de Robles de la
Valcueva, epicentro de esta prueba por la que siento un cariño especial desde
que por casualidad la descubrí 4 años atrás, y donde el ambiente es sencillamente espectacular. Tengo tiempo para reencontrarme con amigos y conocidos a los que no veía desde hacía mucho tiempo, ver arrancar la prueba reina y asistir al encendido de las ollas que nos suministrarán el cocido
ferroviario al final de la jornada. Seis meses después me veo de nuevo en una línea de
salida. Debería estar especialmente nervioso, más aún teniendo en cuenta que en los últimos 180 días solo he salido a correr en 8 ocasiones, pero estoy sorprendemente tranquilo, lo que viene a demostrar que la ausencia de sentido común es un mecanismo ancestral de inhibición del miedo creado para afrontar retos para los que a priori no estas capacitado.
Salgo en última posición por las calles del pueblo. Voy en compañía de Óscar Gómez, otro afamado tractorista procedente de tierras madrileñas. Entre los 2 sumamos unos 206 kgs de puro musculo, vamos que somos el arquetipo estándar de corredor de montaña y estamos en Matallana compitiendo igual que podríamos estar en el país del sol naciente disputando el campeonato japonés de sumo con los luchadores locales.
Ascensión del Calero (Foto: Óscar Garcia) |
Apenas
500 metros llanos y comenzamos la primera
ascensión de la jornada. En la ascensión al Alto del Calero, y a pesar de subir andando,
voy adelantando a estudiantes del Instituto de La Robla que disputan la prueba como
actividad escolar. Una gran iniciativa para acercar a los chavales a la montaña e introducirlos en el mundo del trail. Coronamos esta primera ascensión y enlazamos con un
sendero llano entre escobas que nos conduce hasta el valle de Valdesalinas.
Bajada técnica que nos lleva a la pradería del Valle de Valdesalinas (Foto: José Rodríguez) |
Una bajada corta y técnica, que afortunadamente este año no presenta la dificultad de la última edición por encontrarse el terreno en muy buen estado, y donde bajo tratando de localizar la piedra contra la que me golpee el año pasado. Llegamos al valle y afrontamos un tramo ligeramente ascendente por
una amplia pradería que nos lleva hasta la Peña la Campana, lugar donde en el pasado estuvo ubicada una
ermita. Coronamos la peña, un destrepe con cuerda y alcanzamos el primer
avituallamiento de la jornada en el km 4 (47':22")
Tramo final de pradería por el Valle de Valdesalinas (foto: Juan Carlos) |
Giramos a
la izquierda y por un estrecho sendero comenzamos la ascensión a Coto Salón por
el interior de un tupido bosque de carbayos. Por delante una ascensión dura y constante donde debemos salvar un desnivel de unos 500 metros positivos en apenas 2,5 kms de distancia. En el tramo final de ascensión abandonamos la protección del bosque de robles y alcanzamos la casamata -o nido de ametralladoras de la Guerra Civil- que nos recuerda lo que sucedió en esta
tierra hace apenas 80 años, acontecimientos que por desgracia parecemos empeñados en
repetir. Es momento de detenerse a
disfrutar de la preciosa vista del Picu Polvoreda (2.007 metros), hermosa pirámide de roca caliza que emerge sobre un
mar de nubes.
Vista del Picu Polvoreda desde la cumbre del Coto Salón (Foto: Óscar Garcia) |
Estoy aproximadamente en el km 6 y mi reloj marca 1h:23':24". Comienzo el descenso del Coto Salón por un camino de piedras sencillo y que discurre entre escobas. Como el terreno se
encuentra en buen estado me animo a correr por primera vez en toda la prueba y
con celeridad voy perdiendo altura. Llegamos de nuevo al valle, cruzamos un túnel bajo la
línea del tren y afrontamos un tramo llano por carretera que nos llevan al
segundo avituallamiento (km 10,5). Comenzamos la tercera y ultima ascensión del
día camino del Alto de la Cruz. Me sorprende ver que sigo con buenas piernas a estas alturas. Llevo toda la prueba en solitario y para mantener la concentración decido
contar aquellos corredores a los que consigo dar alcance, y se produce una de esas extrañas paradojas del mundo animal: “los humanos cuentan ovejas
para dormir por la noche y los bisontes
contamos humanos para no dormir por el día”.
Haciéndome pasar por corredor en el tramo inicial de ascensión al Alto de la Cruz (Foto: Andrés de la Torre) |
Alcanzamos la cumbre del Alto de la Cruz donde unos
voluntarios nos obsequian con jamón recién cortado. Desconozco si se trata de jamón serrano, pata negra o si es el jamón más perrero de Carrefour, lo cierto es
que me me sabe a manjar de reyes. Rápido y corto descenso hasta enlazar con el último
tramo de ascenso por sendero entre bosques hasta alcanzar el Alto del Campo, giramos a la derecha y cogemos un
amplio cortafuegos ligeramente descendence. Este año voy con buenas piernas y
por primera vez en cuatro ediciones puedo correr. Al paso por el cartel que señala 2
kms a meta nos desvían de nuevo y entramos en otro estrecho
sendero que serpentea por el bosque. Por primera vez en la toda la carrera se
me agarrota el cuádriceps de la pierna derecha. Bajo el ritmo, camino durante
unos 300 metros y de nuevo comienzo a correr. Por experiencia sé que
aun doliendo va aguantar hasta meta, y no quiero que me adelanten los
corredores de la prueba larga, así que ese último kilómetro de descenso por pradería
y de llaneo por un camino asfaltado lo hago al galope hasta conseguir completar los 13,8 km de la prueba con un desnivel acumulado de 2000 metros (1000 positivos y 1000 negativos) en un tiempo de 2h:37:07", llegando en el puesto 92 (sobre 129 corredores), a 1h:18' minutos del ganador que fue Santi Mezquita.
En meta puedo
disfrutar de un chocolate con churros y me da tiempo a ducharme con
agua caliente. Para mi que siempre acostumbro a ser de los últimos de Filipinas en meta, y que llego cuando casi todo está ya agotado, esto es un autentico lujo, tanto que me apetece
ponerme a entrenar como un loco para mejorar y llegar con los de adelante.
Afortunadamente se me pasa pronto el calentón.
Como broche
final de la jornada degustamos una olla
ferroviaria capaz de resucitar a un muerto. A estas alturas poco puedo contar
ya que no haya dicho ya antes, además todo el que me conoce sabe que no puedo
ser objetivo con esta carrera, así que solo me queda dar las gracias una vez
más a Miguel, Joaquín y Camino por dejarnos disfrutar de su carrera. Ya solo queda
empezar a descontar los días que faltan para la edición de 2019, que tendrá una
prueba ultra especial que hará las delicias de los más aguerridos. Si los dioses nos son propicios, volveremos a
estar por estas tierras en menos de un año.
Muchas
gracias a todos los corredores con los que he compartido kilómetros, esfuerzos, aventuras, anécdotas y
sufrimiento en esta temporada 2018 que toca a su fin. Nos vemos de nuevo corriendo por montaña el año
próximo.