Tras casi tres años sin ponerme un dorsal me encuentro en la salida del Ultra de Sanabria para disputar la modalidad de maratón por parejas. A priori es un reto sencillo para cualquier corredor montaña, pero para estas dos viejas glorias del atletismo, que son mucho más viejas que glorias, las dudas son enormes. Nunca hemos disputado una prueba por etapas, nunca hemos corrido de noche y mucho menos una cronoescalada por medio del monte. Si a lo anterior le sumas que personalmente llevo más de dos años arrastrando serios problemas musculares que me impiden correr más de dos días por semana y que mi compañero, que no corre por montaña normalmente, se hizo un esguince de tobillo dos semanas antes de la carrera, ya tenemos el kit completo de supervivencia para dudar sobre si seremos capaces de completar este reto. Sin embargo, todas esas incertidumbres pesan menos que las ganas de competir y la ilusión por pasarlo bien en un entorno natural privilegiado con la disculpa de una prueba de la que nos han hablado maravillas, así que hacemos nuestro ese viejo proverbio oriental que reza: “alégrate, porque todo momento es ahora y todo lugar es aquí” y comenzamos nuestra particular aventura deportiva.
ETAPA 1:
Llegamos al monasterio de San Martín de Castañeda, dejamos la bolsa con el material de abrigo obligatorio que nos entregarán en meta y caminando por un sendero descendente de unos dos kilómetros alcanzamos el pueblo de Vigo de Sanabria donde se ubica el comienzo de la prueba. Pasamos el control de firmas y nos colocamos en la parrilla de salida. Sin experiencia previa en pruebas nocturnas para nosotros esta etapa nos adentra en un terreno completamente desconocido.
Nervios, incertidumbre y tensión se entrelazan, tanto que a punto estamos de salir con los frontales apagados. A las 22:20 de la noche nos dan la salida y, pese que habíamos acordado salir tranquilos, arrancamos en estampida como los toros saliendo de toriles en los San Fermines tras oír el chupinazo. Medio kilómetro llano por las calles del pueblo, cruzamos el puente sobre el arroyo Forcadura e iniciamos la ascensión por el cañón del mismo nombre.
En la más absoluta oscuridad y sin ninguna referencia lumínica por delante, transitamos primero por un camino empinado, pero en buen estado que poco a poco se complica con mucha piedra y un firme irregular. Concentrados y mirando al suelo en todo momento devoramos metros positivos. De repente vemos luces en sentido contrario. Son organizadores evacuando un corredor accidentado. Nos apartamos a un lado y esperamos a que pase la camilla. Un poco más arriba cruzamos un puente de piedra (kilómetro 2’8 aprox) y el trazado cambia completamente entrando en un terreno menos pendiente y mucho más llevadero.
En ese momento nos adelanta una pareja de corredores zamoranos que por suerte para nosotros nos harán de liebres hasta casi la línea de meta. Con la referencia de la pareja zamorana el ascenso es más sencillo, pues al menos tenemos referencia sobre el trazado y no tenemos que andar tan concentrados en la búsqueda de balizas, algo que no impide que nos perdamos unos kilómetros más arriba, aunque por suerte apenas nos desviamos unos 50-100 metros del sendero original. Este tramo intermedio combina tramos de pradería con turberas y algún pequeño agujero fruto del paso del ganado, con firme irregular y algunos charcos donde sino andas fino te entierras en agua y barro por encima del tobillo.
Cambiamos de nuevo de tercio al enfrentarnos a un repecho de unos 500 metros mucho más duro y de mayor pendiente donde no tenemos piernas y somos incapaces de seguir el ritmo de nuestros compañeros zamoranos, quienes se alejan de nosotros unos 100 metros. Otra vez a oscuras y en soledad seguimos ascendiendo, de repente al paso por el km 6 giramos a la izquierda y entramos en un tramo de pista ligeramente ascendente que bordea una Laguna de los Peces que somos incapaces de vislumbrar. Sorprendentemente nuestras piernas vuelan en esta nueva superficie y realizamos un último kilómetro corriendo a ritmos muy elevados que nos permiten alcanzar de nuevo a la pareja zamorana y superar incluso a algún otro corredor hasta alcanzar la ansiada línea de meta, tras superar los 7 kms de distancia con unos 625 metros positivos (datos de mi GPS), con un tiempo de 1h:05’:09”, lo que nos sitúa en una inesperada posición 17 sobre 47 participantes en la categoría.
Nos cambiamos de ropa y esperamos el autobús que nos debe de bajar de nuevo a San Martín de Castañeda dónde cogemos nuestro vehículo para volver al hotel. Una ducha caliente para relajar y nos metemos en la cama a las 01:30 de la noche con la omnipresente duda de cómo nos van a responder las piernas a la mañana siguiente.
ETAPA 2:
Llegamos al Monasterio San Martin de Castañeda, pasamos el control de firmas y entramos al cercado de la salida con apenas cinco minutos de margen sobre la hora de salida. Han pasado menos de 12 horas desde la etapa previa y vamos con mucho respeto. Mi compañero Jesús no sabe cómo le va a responder hoy el tobillo y yo tengo dudas más que razonables sobre si podré aguantar muscularmente la etapa, pero es lo que hay. Tras una emocionante cuenta atrás dan la salida y la gente sale disparada. Hoy compartimos carrera varias pruebas diferentes y hay muchos corredores. Nosotros nos hallamos muy atrás y eso nos condiciona mucho la disputa de la prueba ya que no podemos fijar nuestro propio ritmo de carrera durante los primeros kilómetros de la prueba.
Salimos cuesta bajo por la carretera de la Laguna de los Peces hasta que nos desviamos a la derecha por el sendero del Preventorio, una bajada sencilla y muy rápida que nos deja en la orilla del Lago de Sanabria a la altura de la playa de Folgoso. ¡Ufff! Merece la pena detenerse un segundo porque las vistas son sencillamente espectaculares. Una hilera interminable de corredores avanza por un sendero que transita uniendo varias playas y que solo permite circular en fila de a uno, así que solo queda tener paciencia y seguir el ritmo que te marca esta inmensa serpiente multicolor.
Salimos a la carretera y por fin podemos correr de nuevo y a un ritmo bastante elevado, un breve tramo por sendero de aproximadamente un kilómetro y a la altura del abandonado Balneario de Bouzas, giramos a la izquierda y alcanzamos el primer avituallamiento del día (km 5’5 aprox). Aquí comienza la primera ascensión de la jornada. Un tramo inicial de falso llano por caminos y prados hasta alcanzar el viejo camino tradicional de Quintana de Sanabria que es muy sencillo y por el que se puede ir muy rápido, para enlazar posteriormente con la Calzada Sanabresa. En este tramo sufro el primer amago de calambre en el gemelo izquierdo y todavía estamos muy lejos de meta, así que nos vemos obligados a bajar drásticamente el ritmo y comenzamos a caminar para cuidar piernas. Coronamos, llegamos a la Laguna de Carros donde se ubica el segundo avituallamiento (km 11,6 aprox) y comienza el descenso a Ribadelago por una preciosa bajada entre bosques por un camino ancho de piedra que no es complicado y donde me escapo de mi compañero que baja con mucha precaución por culpa de su maltrecho tobillo. Llegamos abajo y entramos en Ribadelago Nuevo, desde aquí un tramo llano nos lleva hasta Ribadelago Viejo (km 14). Mi gemelo me da un segundo aviso por lo que este cómodo y rápido tramo llano de apenas un kilómetro lo debemos hacer andando. En Ribadelago Viejo (km 15,1) se ubica el tercer avituallamiento de la etapa. Desde aquí otro kilometro llano por un camino de tierra y tras cruzar el puente sobre el arroyo de Sorribas comienza la segunda ascensión por el camino de los Monjes. Una vez más ascendemos por un viejo camino de piedra que serpenteante por el medio de un bosque de robles centenarios. Nosotros vamos muy justos, pero el resto de corredores no parecen ir mucho mejor, así que desfilamos todos en fila en una interminable procesión de animas. Llegando arriba, justo donde las vistas sobre el lago se vuelven majestuosas, el gemelo que ya me había dado dos avisos previos, directamente se agarrota y tengo que detenerme en seco a estirar agarrado a una piedra. ¡Uff! Solo quedan tres kilómetros a meta, pero sin poder correr me temo que estos 300 metros se van a hacer eternos.
Un último tramo llano con unas privilegiadas vistas al Lago de Sanabria, coronamos a la altura del Refugio de Montaña de San Bernardo y ya sólo quedan 1500 metros cuesta abajo camino de la meta por una bajada cómoda y muy rápida. Intento correr apoyándome en los bastones y cambiando la forma de impulsar para no forzar mis acalambrados gemelos y pasa lo que tiene que pasar, que se me acalambra el cuádriceps de la pierna opuesta. El drama muscular se convierte en tragedia griega. Últimos 300-400 metros por las calles del pueblo, bajo las escaleras caminando como Chiquito de la Calzada, rodeo el monasterio y entro en meta reptando como una autentica culebra.
Al final completamos los 20 kms de la etapa con 1480 metros de desnivel acumulado (740 m positivos y otros tantos negativos) con un tiempo de 2h:21’:51” en un nuevamente inesperado puesto 12 sobre 47 participantes. El problema es que con estas piernas tan castigadas es materialmente imposible salir a correr mañana, así que toca esperar pacientemente turno en el taller –servicio de fisioterapia- para ver si los mecánicos de la prueba son capaces de arreglar los amortiguadores de este viejo y castigado “tractorista”. Confiamos en que el equipo de fisíos con sus expertas manos pueda hacer magia y doy fe que la hicieron. Como quiera que sea, lo sucedido nos ha cambiado completamente los planes de la jornada, pues pensábamos ir a pasar la tarde a Bragança y ya no es posible. Nos zampamos un cachopo reparador -mención especial merece el fantástico menú del corredor dispuesto por la organización en múltiples restaurantes de la comarca , así como la fantástica gastronomía sanabresa- a eso de las cuatro y media de la tarde de la tarde y decidimos volver a la habitación a tirarnos lo que resta de día en la cama como auténticos dragones de Komodo para intentar recuperar.
ETAPA 3:
Me noto tan cansado que apenas soy capaz de dormir la noche del sábado, además no me atrevo ni a girarme en la cama por miedo a que se me suba un gemelo o se me agarrote un cuadriceps, así que paso la noche más quieto que una momia del antiguo Egipto y a las 6 de la mañana ya estoy despierto. Nos levantamos temprano, hacemos la maleta y bajamos a desayunar. Bajar las escaleras desde un primer piso ya me indica lo extremadamente cargadas que tengo las patas. Llegamos de nuevo al punto de salida en el Monasterio de San Martín de Castañeda, pasamos el control de firmas y nos situamos en el box de salida.
El ambiente es espectacular y de repente me veo saltando con los brazos en alto animado por las palabras del spekae. Mi compañero me mira incrédulo y me dice algo así como tú eres medio gilipollas, hace un momento no podías casi ni moverte y ahora te pones a saltar poseído por algún extraño espíritu sanabrés. A las 9:00 suena el pistoletazo de salida y todos a correr (en nuestro caso caminar). ¡Alea iacta est! A ver cómo nos arreglamos para llegar a meta.
Por las calles del pueblo salimos cuesta arriba deshaciendo el tramo final del día previo. Un kilometro y medio de ascensión hasta alcanzar el Refugio de Montaña de San Bernardo y comienza el descenso por el camino de los Monjes. Es curioso cómo cambia la percepción en apenas 24 horas, pero la bajada me parece más sencilla y mucho menos pendiente de lo que me pareció la ascensión en la jornada previa pese a ser exactamente la misma. Poco a poco nos van adelantando gente, hasta llegar al tramo final donde pierdo de vista a mi compañero y al esperarle en menos de 500 metros me pasan no menos de 25 corredores, dos tejones, una ardilla y hasta me pareció ver pasar un armadillo. Cruzo el puente sobre el arroyo de Sorribas y allí aparece mi compañero esperando. Un kilómetro llano por el que empezamos a correr muy muy rápido adelantado a todo esos corredores que nos habían adelantado bajando, y es que aparentemente somos un caso digno de estudio, somos los dos únicos corredores de toda la historia del trail que somos igual de malos subiendo que bajando y solo corremos en llano, lo que viene a ser que más que corredores de montaña, somos corredores de llanura. Pasamos sin detenernos por Ribadelago Viejo, primer avituallamiento del día (km 4’5), Otro tramo llano y enfilamos el duro y técnico ascenso de la jornada por el impresionante Cañón del Tera.
Una subida muy dura por un terreno de rocas de gran tamaño con pequeños trepes y destrepes que te obligan a usar las manos. El paisaje es sencillamente abrumador, con pozas de agua trasparente y alguna cascada de gran belleza. A medida que ascendemos vamos saliendo del mar de nubes que envuelve el cañón, y al paso por la Cueva de San Martín (km 9) abandonamos el río Tera y ascendemos por una senda dura pero mucho más llevadera.
En este tramo de ascensión me tomo mi última pastilla de magnesio y rezo para que mis maltrechas piernas aguanten hasta meta. En el kilómetro 11 a cota 1620 metros de altitud encontramos el segundo avituallamiento de la jornada situado en el paraje conocido como Arroyo de Bouzas. De aquí a meta quedan en teoría unos 5’5 kilómetros y son todos cuesta abajo, es decir, podríamos llegar a meta aunque fuera rodando. Saliendo del avituallamiento vemos un corredor esprintando como una gacela y le pedimos a la organización que nos de beber lo mismo que al susodicho. El tramo inicial es casi llano y de nuevo corremos muy, muy rápido, viviendo eso que en ciclismo se conoce como “el minuto bueno”(parece que los organizadores si nos han dado la misma agua milagrosa), pero pasa lo inevitable , me vuelve a dar un trallazo en el basto interno del cuádriceps dañado de la jornada previa y debo de quedarme agarrado a una piedra en mitad de una pradería estirando mientras veo con impotencia como nos superan corredores. De aquí a meta me temo que nos va a pasar lo mismo de la jornada previa. Como la experiencia es un grado y esto ya lo he vivido antes, meto los dedos en el musculo tratando de deshacer el enorme nudo que se ha formado y arrancamos andando por este sencillo terreno. Poco a poco nos vamos animando y empezamos a combinar caminar y correr. ¡Falta poco a meta y ya es todo cuesta abajo, ya lo tienes! Es increíble cómo funciona la mente humana, con este sencillo mantra nos venimos arriba y empezamos a correr tramos cada vez más rápido hasta alcanzar el pueblo, bajamos las escaleras del monasterio y alcanzamos esta meta que tanto esfuerzo nos ha costado.
Al final completamos los 16’8 kilómetros de la etapa con 1670 metros de desnivel acumulado (835 positivos y otros tanto negativos según mi GPS) en un tiempo de 2h:34’:03” alcanzando el puesto 14 de la etapa, lo que nos permite completar la maratón en un tiempo de 6h:01’:03” alcanzando un inesperado e impensable puesto 11 de la general, algo que no está mal para estos dos dinosaurios cuyas patas totalizan casi 100 años de existencia en su conjunto.
CONCLUSIONES:
No me gustaría finalizar la crónica sin una breve reflexión personal. Sanabria es como ese viejo baúl del abuelo que permanece escondido y cubierto de polvo en el desván de una vieja casa de pueblo hasta que un buen día alguien lo abre y descubre que esta lleno de tesoros de incalculable valor emocional, y La Ultra de Sanabria es precisamente la llave que permite abrir ese misterioso y olvidado arcón. La comarca de Sanabria es una auténtica joya, un paraíso natural que aúna paisaje y paisanaje, gastronomía y tradiciones, cultura e historia, un lugar que bien merece una visita, así que mientras brindamos con una cerveza artesanal zamorana, que no puede tener otro nombre que Sanabria, nos conjuramos para poder regresar el año próximo y disfrutar de nuevo del Ultra de Sanabria en alguna de sus múltiples modalidades, una prueba que dado su espectacular nivel organizativo, el entorno privilegiado donde se desarrolla y el esmerado cuidado al corredor, es muy posible que en los próximos cinco años se acabe convirtiendo en una prueba de referencia nivel nacional y europeo.