Doce meses después me encuentro exactamente en el mismo lugar donde dispute mi último trail. 365 días donde yo no he echado de menos las carreras por montaña y ellas tampoco me han echado de menos a mi. Y aquí estamos de nuevo en Robles de la Valcueva con un dorsal en el pecho, y es que está prueba que no es la más larga, ni la más bonita, ni mucho menos la más mediática, es sin embargo muy especial para mi. Justo antes de arrancar me doy cuenta de que ni siquiera me he acordado de cargar la batería del viejo garmin, por lo que hoy correré "ciego", sin referencias de ritmo, distancia o altitud. Volvemos al origen de todo, a la vieja escuela de mi lejana juventud, a correr olvidándome del tiempo y guiándome únicamente por sensaciones.
La persistente lluvia que ha arreciado toda la noche nos da un respiro en la salida, no obstante pese a la tregua metereológica pronto constato que nos vamos a aburrir de pisar barro, tanto que si tuviese que apostar a caballo ganador en un duelo entre entre Kilian Jornet y Shrek, me quedaría con este último por correr en casa. Primera subida al alto del Calero y primer calentón. En la era de los motores híbridos y los vehículos eléctricos, sigo siendo una pesada maquina de vapor que necesita consumir grandes cantidades de carbón para mover semejante tonelaje. Coronamos, llaneamos por un sendero entre escobas y nos adentramos en la pradería del valle de Valdesalinas, al final del cual se encuentra la peña donde otrora se levantó una antigua ermita. Bajando de la misma nos desviamos ligeramente del trazado original siguiendo la estela de un corredor que nos precede, bordeamos la colina para evitar un tramo peligroso de apenas 20-30 metros donde la organización ha puesto una cuerda, mientras desde arriba una corredora nos recrimina nuestra actitud. No buscamos atajar, ni ganar tiempo, sencillamente después de muchos meses alejado de la montaña no tengo ni la confianza, ni la preparación física, ni las ganas de afrontar un descenso técnico que me podría suponer una lesión que en este momento no me puedo permitir. La paradoja es que al llegar abajo nos encontramos con que esta comenzando el descenso un pequeño corredor madrileño de 9 años que viene realizando el recorrido en solitario y con el que ya hemos coincidido en un tramo previo, así que Cañi de avanzadilla y yo a su rueda, decidimos ascender parte de la resbaladiza y complicada pendiente para ayudarle a bajar minimizando el riesgo de accidente. Llegados a este punto quizás sea el momento de realizar una pequeña reflexión. Partiendo de la premisa de que a la persona que nos recrimino por salirnos del trazado le ampara la normativa, creo que a nivel general estamos compitiendo muy por encima de nuestras posibilidades, y en ocasiones olvidamos la esencia última de este deporte. Al final acabamos priorizando el anecdótico hecho de defender una posición 123, 237 o 324 en una humilde carrera de pueblo, y olvidamos ayudar al corredor que llevamos a nuestro lado, esencia ultima de un deporte donde la cooperación es cuando menos tan importante como la propia competición.
Parada rápida en el primer avituallamiento y comenzamos el ascenso al Coto Salón por un estrecho y constante sendero que serpentea por un bosque de robles centenarios. Es una senda espectacular que sigue el cauce de un pequeño riachuelo de montaña, una subida con pendiente constante que no te da ni un solo respiro y que no te permite ver la cumbre hasta que literalmente te encuentras en ella. Voy ganado altura con esfuerzo, sintiendo cada respiración, cada latido de un corazón que trabaja a destajo para mover la maquinaria, y escuchando el chapoteo de cada pisada sobre el barro y el lecho de hojas de roble en descomposición.
Finalmente a unos 1500 metros de altitud, abandonamos la protección del bosque caducifolio y nos damos de bruces con la Casamata, un antiguo bunker de la Guerra Civil donde humildes mineros, ganaderos, obreros y maestros lucharon con los pocos medios de los cuales disponían tratando de defender luna de las últimas posiciones republicanas en el maltrecho frente norte. En una época tan convulsa como la actual donde las posiciones políticas se polarizan de nuevo, conviene no olvidar jamás lo sucedido apenas ocho décadas atrás para no tener que volver a repetir errores del pasado.
En la cima las vistas son grandiosas. A nuestra espalda una preciosa vista del valle y en frente nuestra, cubierta por una espesa capa de nieve y escondida entre brumas se alza esa imponente pirámide pétrea que es el Picu Polvoreda (2.007 metros).
Bajamos de cumbre con mucha calma, saboreando cada zancada, mientras disfrutamos del privilegiado entorno, recuperando la confianza y la seguridad que paradójicamente esta misma bajada me había arrebatado un par de años atrás. Nos cruzamos con alguno de los corredores que todavía siguen en carrera recorriendo los últimos kilómetros del ultra, esa titánica prueba que el bueno de Miguel se ha sacado de la chistera para celebrar esta quinta edición. Pasamos por los pueblos de del fondo del valle, superamos el segundo avituallamiento e iniciamos la última subida del día.
Corono los altos de la Cruz y Campos, descenso final y entro en meta junto con mi buen amigo Joaquín Cañizares, eterno compañero de aventuras durante estos últimos nueve años, completando
los 13.5 kilómetros de la prueba en 2h:53':01", ocupando las posiciones 70 y 71 sobre 131 corredores en la salida.
Tengo la inmensa fortuna de haber podido disputar de las cinco ediciones de esta entrañable prueba, y a estas alturas ya no encuentro calificativos para definir la Carrera por Montaña de Matallana de Torio. La he visto nacer, crecer, expandirse y hacerse mayor, mejorando año tras año y sin perder ni un ápice de la humildad y la originalidad con la que todo comenzó. Mil gracias a Miguel, Camino y Joaquín por esta maravillosa obra de artesania que nos regalan edición tras edición.
Una reflexión final. El pequeño madrileño de 9 años con el que compartimos algún tramo de carrera, consiguió finalizar la prueba y lo hizo compitiendo en solitario y sin dorsal. La épica de niño solo es comparable a la temeridad de sus padres. Creo que no tiene ningún sentido permitir a un niño de esa edad afrontar sin supervisión un reto de esta magnitud, más que nada por el peligro que entrañaban algunos tramos de la prueba, pero sólo es una opinión personal.
Y con esta prueba comienza y termina el Bisonte del Carbayedo World Tour 2019. Si los viejos dioses que moran en estas cumbres así lo quieren, no volveremos a ver en 2020.
Una reflexión final. El pequeño madrileño de 9 años con el que compartimos algún tramo de carrera, consiguió finalizar la prueba y lo hizo compitiendo en solitario y sin dorsal. La épica de niño solo es comparable a la temeridad de sus padres. Creo que no tiene ningún sentido permitir a un niño de esa edad afrontar sin supervisión un reto de esta magnitud, más que nada por el peligro que entrañaban algunos tramos de la prueba, pero sólo es una opinión personal.
Y con esta prueba comienza y termina el Bisonte del Carbayedo World Tour 2019. Si los viejos dioses que moran en estas cumbres así lo quieren, no volveremos a ver en 2020.